martes, 23 de octubre de 2007


Te ví, luciérnaga, volando y sobrevolando la cabecera de mi cama.
Iluminando los retazos de la noche en una danza distante.
Lejos, lejos de atraparte, me quedó la suerte de rodear tu luz con mis ojos. Y fui tarde a todos lados, y nunca llegué cerca tuyo. Te levantaste cicatrizando y yo te miro, muñequita de rayo, yo te miro de a ratos bordear la locura con lámpara de cuerpecito natura.
Te ví luciérnaga, perdiéndote entre las sombras, rematando la negrura con tu vela desentendida. Yo te miro, acostumbrada a esos instantes de vuelo que aterrizan los amaneceres de a pedazos.
Agria encrucijada de tu aleteo permanente, impermeable. Jugás entre mis dedos apostando al cierre impredescible de mi puño asesino. Y yo te dejo acariciarme, desnudar tu cuerpo de insecto sobre mis hombros, yo te dejo iluminar. Libre y lejana, muñequita de rayo.
Te ví luciérnaga, velando mis noches de sueño amargo. Te ví.


Te escuché acercándote, viajando entre el polvo y las margaritas de cartón. Te percibí en el temblor inaudible de las paredes desconcertadas. Vino entrecortado tu aroma a chispa disimulada.
Te dormiste sobre las calles ruidosas alumbrándolo todo, reflejándolo todo en tu vestido de ocaso, o a caso en tu vestido de satén.
Shine, como la musiquita saltarina sobre las veredas, shine. Goteando tus rayos de soleada circunferencia inalcanzable, clavándote en el cabello y los hombros de niños, médicos, putas y marineros.
Te escuché acercándote, con tus pasos de sol tímido. Te escuché primavera; venías con los parques entre brazos a dejarlos jugar un rato, divertirse y divertir a los chiquitos que salen desabrigados. Porque ellos también te escucharon venir.
Y yo te pido, primavera, que me des sonrisa y alas y tardes de pájaro. No te olvides que te escuché, desde tu interior de estación brillante, desde mi interior de otoño amanecido.

domingo, 21 de octubre de 2007


Iba de bar en bar, con los ojos cerrados y el oído cantando.
Le vió la mirada sincera y desemvainó el repertorio de amoríos inciertos. La aburrió con cadenas que no la terminaban de atrapar y la perdió la madrugada del sábado, cuando en un descuido la quizo besar.
Cargaba tres historias en los bolsillos, le pesaban los nombres de amantes que habían enloquecido cuando se fue a navegar el mar de la transparencia.
Había perdido el camino de vuelta a su alma y el documento se escapaba de la realidad.
Iba de esquina en esquina, relamiendo los suelos con la mirada, esperando encontrar un billete, una moneda, un antifaz. Coleccionaba desencuentros con la muerte, reclamos al olvido que se olvidaba de hacerla olvidar que una mañana se dejo desnudar.
Tenía a la noche durmiendo sobre su piel, en sus pechos el aroma a canela se dejaba oler. Le gustaba ser lo que no es una mujer, despistar al corazón con caricias que duraban lo que dura atragantarse con nicotina.
Iba de zapato en zapato, borrando las huellas que iba dejando, haciéndose mar, haciéndose arena, haciéndose eterna cuando todos dejaban de reconocerla. Por un breve instante se dedicaba a aterrizarles las ideas de casamiento a los hombres que no hablaban su idioma, a esos que le arrancaban las alas de un rasguño infiel.
Iba de mar en mar, nunca la vi parar en ningún puerto.