martes, 23 de octubre de 2007


Te ví, luciérnaga, volando y sobrevolando la cabecera de mi cama.
Iluminando los retazos de la noche en una danza distante.
Lejos, lejos de atraparte, me quedó la suerte de rodear tu luz con mis ojos. Y fui tarde a todos lados, y nunca llegué cerca tuyo. Te levantaste cicatrizando y yo te miro, muñequita de rayo, yo te miro de a ratos bordear la locura con lámpara de cuerpecito natura.
Te ví luciérnaga, perdiéndote entre las sombras, rematando la negrura con tu vela desentendida. Yo te miro, acostumbrada a esos instantes de vuelo que aterrizan los amaneceres de a pedazos.
Agria encrucijada de tu aleteo permanente, impermeable. Jugás entre mis dedos apostando al cierre impredescible de mi puño asesino. Y yo te dejo acariciarme, desnudar tu cuerpo de insecto sobre mis hombros, yo te dejo iluminar. Libre y lejana, muñequita de rayo.
Te ví luciérnaga, velando mis noches de sueño amargo. Te ví.


Te escuché acercándote, viajando entre el polvo y las margaritas de cartón. Te percibí en el temblor inaudible de las paredes desconcertadas. Vino entrecortado tu aroma a chispa disimulada.
Te dormiste sobre las calles ruidosas alumbrándolo todo, reflejándolo todo en tu vestido de ocaso, o a caso en tu vestido de satén.
Shine, como la musiquita saltarina sobre las veredas, shine. Goteando tus rayos de soleada circunferencia inalcanzable, clavándote en el cabello y los hombros de niños, médicos, putas y marineros.
Te escuché acercándote, con tus pasos de sol tímido. Te escuché primavera; venías con los parques entre brazos a dejarlos jugar un rato, divertirse y divertir a los chiquitos que salen desabrigados. Porque ellos también te escucharon venir.
Y yo te pido, primavera, que me des sonrisa y alas y tardes de pájaro. No te olvides que te escuché, desde tu interior de estación brillante, desde mi interior de otoño amanecido.

domingo, 21 de octubre de 2007


Iba de bar en bar, con los ojos cerrados y el oído cantando.
Le vió la mirada sincera y desemvainó el repertorio de amoríos inciertos. La aburrió con cadenas que no la terminaban de atrapar y la perdió la madrugada del sábado, cuando en un descuido la quizo besar.
Cargaba tres historias en los bolsillos, le pesaban los nombres de amantes que habían enloquecido cuando se fue a navegar el mar de la transparencia.
Había perdido el camino de vuelta a su alma y el documento se escapaba de la realidad.
Iba de esquina en esquina, relamiendo los suelos con la mirada, esperando encontrar un billete, una moneda, un antifaz. Coleccionaba desencuentros con la muerte, reclamos al olvido que se olvidaba de hacerla olvidar que una mañana se dejo desnudar.
Tenía a la noche durmiendo sobre su piel, en sus pechos el aroma a canela se dejaba oler. Le gustaba ser lo que no es una mujer, despistar al corazón con caricias que duraban lo que dura atragantarse con nicotina.
Iba de zapato en zapato, borrando las huellas que iba dejando, haciéndose mar, haciéndose arena, haciéndose eterna cuando todos dejaban de reconocerla. Por un breve instante se dedicaba a aterrizarles las ideas de casamiento a los hombres que no hablaban su idioma, a esos que le arrancaban las alas de un rasguño infiel.
Iba de mar en mar, nunca la vi parar en ningún puerto.

sábado, 6 de octubre de 2007

La vió desde lejos, los ojos decían que no se la podía tocar.
Tenía las caderas empapadas de melancolía. Los pies bailaban fuera de sí, las telas inconclusas que la cubrían daban vueltas libres, se mecían, desnudaban sus piernas.
Tenía la cintura rodeada de frágiles cristales.
Los movimientos eran salvajes y al mismo tiempo delicados.
La vió desde lejos, atropellando su garganta con alcohol. Enredada entre dedos curiosos, colorida, sumergida en vueltas de caracol. La vió peligrosa, perdiendo las piernas en una danza irreal. La vió hacerse sirena, acuática, salada, distante, ahogante.
Tenía los párpados húmedos, con rastros de su escape. La arena caía refugiándose en espacios ocultos. En sus muñecas estaba el mapa que abría descuidadamente la puerta de su jaula.
La vió infinita, lejana, suya y de nadie. La vió mar.






te emborracha y te seduce. te calca con su recorrido, abandona su cuerpo de mujer. la esfera en su mente se diluye. mientras, buscas donde esconder tus cicatrices.

apocalipsis.

En un paréntesis multicolor hay una lluvia de cercos. Un viento transparente rodea mi habitación y en un canto soberano se destapan las botellas. El aroma a vino blanco se libera humeante, como danzandole a mis ojos. Alguien escribe que escribe una historia. No se sabe el final, las palabras se desarman solas. Un vestido gris recorre la casa, besa las paredes con ilusión, acomoda los almohadones en un intento desesperado de descubrir el secreto que descansa maloliente y fugitivo en algún rincón. Una vela chabacana ilumina el comedor por un segundo. Se alcanzan a ver los cuadros despintados y olvidados, sepultados bajo cenizas y polvo de una guerra inexistente. La llama se fusiona con las sombras abriendo puerta a un rostro difuso. El aleteo de los cuervos en la ventana apaga los suspiros de la casa y en un segundo la llama con rasgos de mujer muere dejando un vapor aromático que recorre el tejado. Las huellas de un alma quemada se esconden en la rutina de un apagón, y en un paréntesis multicolor, una lluvia va armando los cercos que encierran la casona.
Una mujer pájaro derrama sus alas sobre la ciudad. A través de la persiana se la ve desvestirse. Los espias clavan sus garras en las cortinas, deseosos de alcanzarla. La gatera encierra su cuerpo bajo llave. Un tigre se relame en África, saboreando el agua dulce de un cadaver sin nombre. Acá, en un rincón mudo, alguien clava en sus venas la danza de la muerte. Mil kilómetros al norte un hombre desarma las valijas y rompe con el puño dolido un cuadro familiar. En la esquina Magni un niño fantasea con ser rey mientras observa ciudadosamente un equino gris. Dos calles más abajo el edificio 12 se derrumba ante la inesperada guerra contra el polvo. Y allá, subiendo tres calles, una mujer pájaro se desnuda y sobrevuela la ciudad. Todo está en llamas. En un aleteo multicolor gime dulcemente y comienza a llover. Desde abajo, en las veredas cubiertas de cenizas, mil hombres y mujeres la ven sumergirse en un fractal. Los devolvió a la vida en las calles sin huellas.

martes, 11 de septiembre de 2007

jueves, 6 de septiembre de 2007

tarareo una cancion desconocida
quizas inexistente.
tiene una melodia triste
que destroza los colores.
comenzo alguna vez en abril
a sonar en mi garganta.
cuando una sombra de mi niñez
se ofendio con la vida y le dijo basta.
no cabe en esa sinfonia ahogada
espacio para el presente.
se revuelca sobre el pasado
lo ama, lo vive y desvive.
tengo una cancion en mis labios
que nunca sono a oidos de nadie.
es una cancion que desgarra las venas
de quien la siente en su interior.
a veces la cantan las putas cuando se sienten vacias.
a veces la canta el desamor, cuando se acomoda en el pecho de alguna distraida.
es una melodia triste.
que asesina a las sonrisas.
que desarma fortalezas.
y desanima a la esperanza.

martes, 4 de septiembre de 2007

El tren de la jauría.

Las camas vacías no eran demasiado. Nunca lo habían sido.
Sabia encontrarse en comas fétidos, desecando las hojas de sus otoños preferidos. Las fotografías no transforman, solo dibujan el ayer. Nada te pueden hacer si sientes el dolor del rojo en tu espalda.
Nada te pueden hacer si la educada lagrima prepara su viaje a tu rostro a destiempo.
Las caídas de sus ángeles significaban la distorsión de una realidad sumergida en quimeras.
Las manos le dolían. En la folia de las tristezas había descubierto que el pasado era diestro de escaparse de sus cuadros. A veces los ocres no eran suficientes para exclamar la falta de matices en su piel pacida. Entonces llegaban los sexos de su pasado. Marchitos entre la jauría de múltiples cuatreros de lucidez, la habían enloquecido hasta dejarla dilapidada en una vía arcaica donde los trenes de siempre ya no pasaban.
La estación había sido negada hasta verla virgen nuevamente. Las maderas sumergidas ya no facilitaban el éxodo del fantasma andante. Regido sobre rieles casi irreales, transportando espantajos que escapan de trajes que los dibujan cardinales, el boato se quedaba ausente perpetuando los ecos de las bocinas del adiós.
La caterva de desalmados se recordaba dando vueltas adentro del ágil capricho de las distancias. Se recordaban parloteando mentiras y verdades que serian el filo para el corte entre escenario y la utopía de la pobre maja vestida de dudas.
No era Mayo, aún seguía muriendo Abril como añadas pasadas. Otoño. Sí, su cosecha preferida. Su cuerpo aún era yermo. Sus pechos aún no habían sido saboreados, y la inocencia de venus encerrada seguía haciéndola sublime ante los pasajeros de su hogar.
Irresistible. Las aguas del manantial de la presencia habían moldeado su silueta perfumada, habían repasado sus muslos, sus caderas, su sexo y su espalda dándole la exquisitez de una efigie excelsa.
Los perros de la noche la habían venteado. Repasaban con el atisbo cada rincón de su retrato y se gozaban avizorándola detrás de las ventanas escarchadas al anochecer. La luz inhábil para enfocarla correctamente hacia resaltar sus rasgos de eterna belleza.
Llegó Mayo como un relámpago cegador. El tren de la jauría esperaba a millas de los postes de luz aterciopelados, cada uno de ellos vestidos de un cartel agridulce que anunciaba la desaparición de la jovial belleza.
Tres kilómetros más allá de la casona deshecha por la noticia de huellas perdidas, una sombra incierta lavaba sus manos de líquido vivo en un lavabo carcomido por los años.
El olfato se apagaba al percibir el aroma a huesos desalmados ocultos entre la tierra húmeda y fría. El extraño se examina en el espejo descolorido del baño primitivo. Se piensa y despeina, recordando la dulce voz de la ninfa aturdida por el engaño.
El viento danza acariciando los carteles entristecidos, hay una lluvia de lágrimas en la calle de tierra.

*to be continued.

domingo, 2 de septiembre de 2007


El aire sonaba a escalofrío.
La densidad de la respiración se notaba en los ojos.
La habitación se transformó en luces y sombras borrosos, esbozos de mil noches ahogadas en el colchón.
Sentía sus manos en su cuello. Arremetiendo feroces, enloquecidas.
El apretón era fatal. La mirada se perdía en un mareo caótico. Apenas podía divisarlo de a segundos, fuera de sí, con la ira acomodándose en sus dedos poco a poco.
La asfixia era real, los párpados ilusos intentaban escapar, intentaban impedir que la sangre se acumulara alrededor del iris espantado.
La garganta se hundía debajo de las muñecas imperdonables. Él se envolvía en la oscuridad de la bienvenida al funeral.
Sus pies se arremolinaban desesperados, acurrucados sobre el suelo, corriendo en el aire, lejos de poder levantarla y guiarla hacia la puerta. No había forma de escabullirse entre la inmensidad de un cazador a pura sangre de verdugo.
El movimiento angustiado de su cuerpo intentando deshacerse de la inmaculada terminación era inolvidable.
En pausas arrolladoras el cuerpo, casi inerte, hacia sus últimos esfuerzos por respirar.
La carne cayó desprolija sobre la alfombra. Las marcas de las pinzas nervudas se veían como una fina danza de colores sobre su pescuezo.
Él la miró detenidamente, allí dormida, como una marioneta perfecta. Envuelta en silencio, en ausencia.
Sonrió, el siniestro estaba terminado. Miró sus manos húmedas, transpiradas, apenas salpicadas por una llovizna de sangre casual.
Y escribió sobre un papel vírgen que no la despertaran, pues así se veía mejor.

viernes, 31 de agosto de 2007

Iluminala. Camina en sombras y sin rastros, dejala correr, dejala encontrar el brillo en los cristales de su ropa. Carne arrolladora en el omóplato. Desayunar mentiras con sabor a frutilla. Ella tiene mil sabores, y no recordas ninguno.
Don´t put your finger on me. Llamale encuentro, yo le llamo vulgaridad.
Pintar: escribir con pinceles el idioma del alma. Navegar los colores con la imaginación.

descalzar el alma. ahí está la frescura natura, en la raíz de nuestro andar, en los pies endulzados que juntan las hojas del otoño al caminar. dejar la huella impalpable sobre la alfombra, desenvainar la desnudez de nuestro filo decorado. la suave intensidad del roce con las estaciones, la imagen desdibujada de los dedos sumergidos en la arena, el barro, la nieve. el camino celestial que marcan los pasos despistados, la inconciencia del caminante sin destino. ahí está la frescura natura, en la raíz de nuestro andar.

lunes, 27 de agosto de 2007

Abrió la puerta y esperó. Del otro lado había sombras, incrustradas en las paredes de almidón. Las manos cubrieron su cintura, su rostro se llenó de pinturas acomodadas suavemente sobre sus párpados. Brillaba el metal líquido sobre su espalda, no miraba hacia atrás. Un chillido crujiente sonó a sus oídos, las clavijas cantaban el cierre desesperado de una apertura prohibida.
Sonaron las sombras escurridizas que besaban eróticamente la manija demoníaca. En la oscuridad terrenal de la madera que edificaba la puerta se podían ver los rastros de los gritos que habían pasado el verano en ella. Tenía 17 historias grabadas en las betas guías del corte profundo que las haría muebles. A traves de los vidrios se veía la inmensidad del llanto, los arañazos que cubrían el suelo, abolladuras que carcomian la mesa. La corteza marcaba el camino hacia la natural libertad de la locura. Una vez abierta, el viento entra y llena el aire. Así que abrió la puerta y esperó. Esperó a que su habitación se inundara del oxígeno delicado que traen los huracanes una vez que mueren en el olvido.
Miró por la cerradura, y todo lo que pudo ver del otro lado... era una pared de ladrillos.

Tómalo todo, le dijo con inocencia.
Se tiró en el suelo amando la tierra.
Las luces se escondieron en su rostro, las alturas quedaron lejos de su alcance.
Las balas retumbaban en la habitación, el eco de las risas coloreaba las mascaras.
Había un túnel, un túnel en la casa, que pasaba por entre sus brazos y su mirada.
Así, en el suelo, podía entrar en silencio.
Después de haber bebido el vino de la soledad, después de haber amado la tierra y el olor de la naturaleza, se encontró entera.
Tómalo todo, sonaba en su cabeza, como una canción angelical que invita a la fantasía, a esa realidad donde el cuerpo ya no es cuerpo y la materia se dibuja mientras andamos.
Se embriagó de elixires amargos y dulces, se revolcó en senderos cabizbajos que arropaban la piel de vientos salvajes y lluvias de neón.
Y se dijo que no hay paredes alrededor que puedan contener la risa, la furia, la sed de vida.
"... en todo caso, había un sólo túnel, oscuro y solitario: el mio.." las palabras cayeron sobre su mente como las hojas del otoño se dejan caer al pasto colorido.
Y se tumbó en el suelo otra vez. Después de tomarlo todo.


Tómalo todo, le dijo con inocencia.
Se tiró en el suelo amando la tierra.
Las luces se escondieron en su rostro, las alturas quedaron lejos de su alcance.
Las balas retumbaban en la habitación, el eco de las risas coloreaba las mascaras.
Había un túnel, un túnel en la casa, que pasaba por entre sus brazos y su mirada.
Así, en el suelo, podía entrar en silencio.
Después de haber bebido el vino de la soledad, después de haber amado la tierra y el olor de la naturaleza, se encontró entera.
Tómalo todo, sonaba en su cabeza, como una canción angelical que invita a la fantasía, a esa realidad donde el cuerpo ya no es cuerpo y la materia se dibuja mientras andamos.
Se embriagó de elixires amargos y dulces, se revolcó en senderos cabizbajos que arropaban la piel de vientos salvajes y lluvias de neón.
Y se dijo que no hay paredes alrededor que puedan contener la risa, la furia, la sed de vida.
"... en todo caso, había un sólo túnel, oscuro y solitario: el mio.." las palabras cayeron sobre su mente como las hojas del otoño se dejan caer al pasto colorido.
Y se tumbó en el suelo otra vez. Después de tomarlo todo.

jueves, 2 de agosto de 2007


con su lengua te quema, te destroza. y te hace renacer gozando.

Sabe caminar por senderos inalcanzables.
Anda, desnuda de abrigo, rondando los bosques de la sed.
Ilumina, efímera, la oscuridad.
Por un segundo, su naturaleza de viento te envuelve,
la hace imperceptible, lejana.
Sopla, con su cuerpo, la presencia.
Los pájaros que se esconden en sus ojos vuelan.
Los peces hambrientos de su mente nadan en el mar de su onírico deseo.
Son los sueños los que la asesinan cada noche.
Y así se levanta, renaciendo.
No tiene orillas, ni puertos. No es humana, hay algo en ella
que la hace inalcanzable, porque sopla con su cuerpo toda ceniza de su ser.

Dice que cuando canta es porque algo en sus ojos vuelve a brillar.
Te susurra al oído que cuando la miras, la haces temblar.
Pero cada vez está más lejos, cada vez es más difícil de alcanzar.
Te escribe con letra escurridiza que ya no sabe quién es.
Intenta dibujarse una sonrisa, pero su rostro no es de papel.
Y cuando tenga que salir a su jardín, saldrá a sembrar;
y cuando tenga que correr, correrá hacia su nogal.
Dice que cuando se estrella contra la pared, algo vuelve a despertar.
Que los pájaros que hay en sus ojos, se cansaron de volar.
Tararea impercetiblemente, la canción que la hace sangrar.
Y te pide, sin que escuches, que tengas un poco de piedad.
Mueve con delicadeza todos los árboles de su bosque,
separa con sus manos finas, la tela que envuelve tu cuerpo.
Se prepara con colores para desenfocar.
Y dice que en su alma ya no hay lugar para odiar.
.. y si la podes escuchar - con su voz tiritante y de brisa -,
puede darte todo lo que querés y más.
...y si la llegas a entender - con sus idas y vueltas, con la locura en la sien -,
vas a ver, que puede hacer todo brillar.

"La angustia de no saber qué burbujas son las que le estallan por dentro,
qué peces venenosos recorren los canales de su mente desorbitada,
en qué mares se ha perdido la muchacha, con los ojos fuera de orbita, mirando a la nada.
Y luego te preguntas por qué te mira con odio, será que no te recuerda,
pero a veces sí, a veces parece reconocerte vagamente, como entre la niebla.
Es una extraña comedia su mente, o tal vez una tragedia.
Y haces de tripas corazón para entenderla, para entrar en su arremolinada cabeza.
Intentas explicarlo y se te va la vida en querer encontrarla, ahí donde se encierra en ella misma,
en esa habitación de hotel oscuro que es su mente.
Ella está furiosa y desarticulada, su interior estalló en pedazos. Parece ya no quererte, perdida entre sus demonios y el infierno de imágenes borrosas que se le atraviesan frente a los ojos; parece haberte declarado la guerra y ambos estan perdiendo.
Hay instantes en los que parece recuperar la cordura, en esos momentos fugaces hace garabatos inentendibles, y te dice: mira, ésta es mi alma desnuda.
Y de nuevo te inunda la angustia de no saber qué es lo que le estalla por dentro."

Poco a poco su piel se esparce sobre la cama.
Las pestañas, filosas y aburridas, se incendian y luego de la danza terrenal, se hacen cenizas.
La desfiguración de su cuerpo estéril se tiñe de matices brillantes.
Entre cristales encuentra su pesar kármico. La tierra se desnutre de imágenes borrosas.
Bajo las rocas, entre los delgados matizales, acurrucada en los quiebres de las paredes de piedra, esta su alma. Repartida en todos los rincones secretos y oscuros.
Baila, encendida, en la chimenea humeante.
Poco a poco su ropa se destila, se evaporan las telas que cubren sus pechos, su espalda.
Se hace ruido, se descalza, se desmorona, se levanta.
Se enfría, se evapora, se envuelve y desenvuelve.
Poco a poco, su cuerpo se desmaterializa y recorre la ciudad.
Se esparce sobre las calles, sobre los párpados agudos de las alcantarillas,
vuela y desdobla las hojas de los árboles invernales.
Es ella. Es ella que está volviendo a ser real.
Y todos los ojos perplejos la ven hacerse sueños, cuando ella se vuelve realidad.

Allá está, entre la multitud.
Arrancándose el cabello con frescura,
derritiendo hoteles de paso con amargura.
Chocando irremediablemente con los pasajeros invisibles
del tren de la jauría.
Hambrienta y sedienta de locura, floreciendo inexplicablemente
en el desierto de su cuerpo.
El encuadre disimulado la rodea, es una pintura sobre la ardiente chimenea.
Casi inalcanzable, casi estática y fría.
No envejece su color, no cambia su delirio.
Es musical, armónica, impalpable.
Es nieve, incorpórea y guerrera.
Se desparrama a gritos sobre toda la ciudad.
Y le pedís, sin respuesta, que te deje llenarla,
le rogas, casi inconsciente, que te deje ser parte de ese espectáculo pálido y delicado.
Julio, estación de los reyes del invierno.

Era un baile de máscaras.
Una fiesta de disfraces rotos.
Ella era un animal salvaje, disfrazado con vestido de satén.
Él era un plebeyo, disfrazado de rey.
Y podían ser quienes quisieran,
bailando y girando entre luces de neón.
Y podían vestirse de colores que nunca alcanzarían.
Podían beber toda esa mentira y embriagarse del poder
que sus máscaras andinas les envolvía.
Y se levantarían, mañana al mediodía, sin ropas de mentira,
sin riquezas en la boca; con la cama vacía
y vacías sus copas.
De nuevo al oficio cruel, de no poder ser más de quien es.
Y como una lluvia de metal, golpeando en el tejado añejo,
vendría la verdad, de que un baile es sólo un salón,
donde todos juegan a ser mejor.
Y llegará ese Lunes crudo, en que te encuentres cansado y desnudo,
sin luces ni música, sin zapatos de nivel,
y vuelvas a ser vos, y el rostro te dejes ver.

Sol naciente bajo tu luna eterna.
Buscaminas, trampas inmóviles bajo la tierra.
Vistiéndola elegante con miradas perdidas y guantes de cartón.
Puede ser para tí Elicia o Areúsa.
Puede ser para tí la Celestina, la que todo te lo quita, la mentirosa, la ladrona, la enamoradiza, la esclava, la ciega, la sumisa; la divertida, la aburrida, la vergonzoza, la eterna, la pasajera, la de siempre, la que te tema, la que te adore, la que te odie.
El camino secreto va hacia adentro, el recorrido es puro goce, delantales en el suelo.
De las ruinas la verás nacer, no hay alcohol como su cuerpo.
Y fuiste estampilla tantas veces, que dejaste de sentir.
Ella es el sol naciente bajo tu luna eterna.
Hacela brillar.

miércoles, 11 de abril de 2007


mirame, desde arriba.
fijate, bien de cerca se puede ver
que soy cristal de amanecer.
somos cenizas sobre un cafe sin probar.
todas las vueltas, todas las vueltas que das.
y luego te arrepientes, como nunca, como siempre.-
soy tan azul, tan de cristal, tan de mentira, tan de verdad.
siempre líquida, nunca real.
y me crees todo.
te encanta prenderme fuego
y luego, luego te arrepientes.
y juegas con mis cenizas.
te encanta verme llamear.
me encanta volverme polvo y espanto.
y cuando la brisa de un canto lejano
me venga a buscar;
me ire volando, hacia el mar.
me encanta ser cenizas.
y nunca dejarme atrapar.


trabaje desde su casa. mire el monitor y ria. estalle a carcajadas. digale a su maestro: "me importa un pito!" y deje de taparse la cara. haga su cuello de goma y espie. instrucciones de uso de la vida que se pueden encontrar bajo la zapatilla. seamos muñecos de plastico y sin sentimientos que juegan a vivir una vida que no es suya. y salud! fuckers.

El asiento de al lado.


Hay espacios vacios. Como los que se encuentran en las palabras, entre letra y letra. Son espacios imposibles de llenar. Espacios de soledad. Porque cada letra está sola en su mundo, en su deber, en su función. Y los espacios son, innevitablemente, un recordatorio de que, aún cuando unidas forman algo, su soledad está presente a tiempo completo.
Hay espacios vacios. Como el asiento contínuo cuando está desocupado. Y cuando esta ocupado también, porque el vacío entre el límite de nuestro cuerpo y el ajeno es tan largo y fatal como el espacio entre las letras. Y, cuando podemos traspasar ese espacio y rozarnos con el otro, chocarnos con el otro, nos olvidamos un segundo de nuestra soledad . O, caso contrario, recordamos que ese roce no nos pertenece, que la calidez de la piel que accidentalmente sentimos nunca será nuestra. Y no tenemos piel que lo sea. En esos casos sí, el roce nos recuerda que la próxima mañana despertaremos sin otra silueta en la cama más que la nuestra.
Hay espacios vacios. Como ese letargo mortal y frágil que deja un silencio tímido. O las brechas casi imperceptibles que deja un pianista al pasar de una tecla a otra. Porque la música tiene muchos espacios vacios. Porque entre una cuerda y otra el abismo es deliciosamente lejano.
Hay espacios ocupados por un error en el camino. Como el vacio que deja el amor y es ocupado, por desesperación y desconsuelo, por tristes pasiones hambrientas que florecen y marchitan desde el saliente al poniente. Porque sí, hay espacios que nunca deben llenarse y, caso contrario, deben llenarse de una fuerza única. Porque cuando esta fuerza es sustituida el vacio ya no es sólo un espacio, sino un sentimiento.

*siempre líquida, nunca real.- *


Se derrite a fuego lento, como agua ensordecida y gastada; como un cienpiés que camina distraido y ajeno a la inmensidad del mundo.
Se encoje en su cama, hecha un ovillo descansa; se encuentra despeinada, desnuda, desplumada.
Porque ella es ave, es ave líquida, fuera de toda realidad. Ella tiene alas, alas con sabor a alma.
Se encoje, derretida, sobre su cama. Y ahí duerme. Ahí descansa.