sábado, 6 de octubre de 2007

La vió desde lejos, los ojos decían que no se la podía tocar.
Tenía las caderas empapadas de melancolía. Los pies bailaban fuera de sí, las telas inconclusas que la cubrían daban vueltas libres, se mecían, desnudaban sus piernas.
Tenía la cintura rodeada de frágiles cristales.
Los movimientos eran salvajes y al mismo tiempo delicados.
La vió desde lejos, atropellando su garganta con alcohol. Enredada entre dedos curiosos, colorida, sumergida en vueltas de caracol. La vió peligrosa, perdiendo las piernas en una danza irreal. La vió hacerse sirena, acuática, salada, distante, ahogante.
Tenía los párpados húmedos, con rastros de su escape. La arena caía refugiándose en espacios ocultos. En sus muñecas estaba el mapa que abría descuidadamente la puerta de su jaula.
La vió infinita, lejana, suya y de nadie. La vió mar.






te emborracha y te seduce. te calca con su recorrido, abandona su cuerpo de mujer. la esfera en su mente se diluye. mientras, buscas donde esconder tus cicatrices.

apocalipsis.

En un paréntesis multicolor hay una lluvia de cercos. Un viento transparente rodea mi habitación y en un canto soberano se destapan las botellas. El aroma a vino blanco se libera humeante, como danzandole a mis ojos. Alguien escribe que escribe una historia. No se sabe el final, las palabras se desarman solas. Un vestido gris recorre la casa, besa las paredes con ilusión, acomoda los almohadones en un intento desesperado de descubrir el secreto que descansa maloliente y fugitivo en algún rincón. Una vela chabacana ilumina el comedor por un segundo. Se alcanzan a ver los cuadros despintados y olvidados, sepultados bajo cenizas y polvo de una guerra inexistente. La llama se fusiona con las sombras abriendo puerta a un rostro difuso. El aleteo de los cuervos en la ventana apaga los suspiros de la casa y en un segundo la llama con rasgos de mujer muere dejando un vapor aromático que recorre el tejado. Las huellas de un alma quemada se esconden en la rutina de un apagón, y en un paréntesis multicolor, una lluvia va armando los cercos que encierran la casona.
Una mujer pájaro derrama sus alas sobre la ciudad. A través de la persiana se la ve desvestirse. Los espias clavan sus garras en las cortinas, deseosos de alcanzarla. La gatera encierra su cuerpo bajo llave. Un tigre se relame en África, saboreando el agua dulce de un cadaver sin nombre. Acá, en un rincón mudo, alguien clava en sus venas la danza de la muerte. Mil kilómetros al norte un hombre desarma las valijas y rompe con el puño dolido un cuadro familiar. En la esquina Magni un niño fantasea con ser rey mientras observa ciudadosamente un equino gris. Dos calles más abajo el edificio 12 se derrumba ante la inesperada guerra contra el polvo. Y allá, subiendo tres calles, una mujer pájaro se desnuda y sobrevuela la ciudad. Todo está en llamas. En un aleteo multicolor gime dulcemente y comienza a llover. Desde abajo, en las veredas cubiertas de cenizas, mil hombres y mujeres la ven sumergirse en un fractal. Los devolvió a la vida en las calles sin huellas.