
Allá está, entre la multitud.
Arrancándose el cabello con frescura,
derritiendo hoteles de paso con amargura.
Chocando irremediablemente con los pasajeros invisibles
del tren de la jauría.
Hambrienta y sedienta de locura, floreciendo inexplicablemente
en el desierto de su cuerpo.
El encuadre disimulado la rodea, es una pintura sobre la ardiente chimenea.
Casi inalcanzable, casi estática y fría.
No envejece su color, no cambia su delirio.
Es musical, armónica, impalpable.
Es nieve, incorpórea y guerrera.
Se desparrama a gritos sobre toda la ciudad.
Y le pedís, sin respuesta, que te deje llenarla,
le rogas, casi inconsciente, que te deje ser parte de ese espectáculo pálido y delicado.
Julio, estación de los reyes del invierno.
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