jueves, 2 de agosto de 2007


Allá está, entre la multitud.
Arrancándose el cabello con frescura,
derritiendo hoteles de paso con amargura.
Chocando irremediablemente con los pasajeros invisibles
del tren de la jauría.
Hambrienta y sedienta de locura, floreciendo inexplicablemente
en el desierto de su cuerpo.
El encuadre disimulado la rodea, es una pintura sobre la ardiente chimenea.
Casi inalcanzable, casi estática y fría.
No envejece su color, no cambia su delirio.
Es musical, armónica, impalpable.
Es nieve, incorpórea y guerrera.
Se desparrama a gritos sobre toda la ciudad.
Y le pedís, sin respuesta, que te deje llenarla,
le rogas, casi inconsciente, que te deje ser parte de ese espectáculo pálido y delicado.
Julio, estación de los reyes del invierno.

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