jueves, 2 de agosto de 2007


Era un baile de máscaras.
Una fiesta de disfraces rotos.
Ella era un animal salvaje, disfrazado con vestido de satén.
Él era un plebeyo, disfrazado de rey.
Y podían ser quienes quisieran,
bailando y girando entre luces de neón.
Y podían vestirse de colores que nunca alcanzarían.
Podían beber toda esa mentira y embriagarse del poder
que sus máscaras andinas les envolvía.
Y se levantarían, mañana al mediodía, sin ropas de mentira,
sin riquezas en la boca; con la cama vacía
y vacías sus copas.
De nuevo al oficio cruel, de no poder ser más de quien es.
Y como una lluvia de metal, golpeando en el tejado añejo,
vendría la verdad, de que un baile es sólo un salón,
donde todos juegan a ser mejor.
Y llegará ese Lunes crudo, en que te encuentres cansado y desnudo,
sin luces ni música, sin zapatos de nivel,
y vuelvas a ser vos, y el rostro te dejes ver.

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